ABOGADOS Y PROCURADORES

Abogados y Procuradores

Un día impreciso de invierno de 1956, aunque también podría ser que fuera de la primavera u otoño anterior o posterior, ya que la memoria infantil juega, en cuestiones de esta naturaleza, malas pasadas, Narcís Salvatella acompañaba a su padre, Enric Salvatella  -conocido, y ya reconocido, profesional del derecho en la Girona pequeña y gris de aquellos años- , cruzando el Puente de las Pescaderías Viejas (que aún no se había pintado de rojo) en dirección hacia la Rambla. El recuerdo del puente y la dirección (de Santa Clara hacia la Rambla) se mantiene, todavía hoy, imborrable.

Probablemente, ese desplazamiento no tenía nada que ver con el trabajo, aunque Enric Salvatella, procurador, pronto se ocupó de que sus tres hijos varones le acompañaran a todas partes y le echaran una mano en la árdua tarea del reparto de los proveidos judiciales, hasta el punto de convertirles en mensajeros y repartidores de todo el papeleo que, diariamente, se generaba en el Juzgado de 1ª. Instancia único de Girona y en el Juzgado Municipal, así como en el Tribunal Eclesiástico -únicos órganos judiciales verdaderamente operativos en la época--, y había que hacerla llegar a los abogados que intervenían en los asuntos en trámite, o retirarla de los despachos de éstos. 

Cualquier documentación o escrito que había que llevar o recoger de aquellos despachos, la llamaban genéricamente papeles, sin distinción de ninguna clase (vengo a llevar, o recoger, estos papeles, de parte de mi padre, decían, al entregarlos a sus destinatarios), y la colaboración de los menores en la vertiente más cansada de la profesión  -ya que cada día había trabajo urgente que hacer y había que desplazarse, a un lugar u otro, sin excusa, en el momento menos previsible--, fue un tributo que tuvieron que pagar para poder hacer su vida: puedes salir, o ir aquí o allá, pero antes tendrás que recoger (o llevar) estos papeles a no sé dónde. Después podrás hacer lo que quieras.

Ese día que decíamos de 1956, padre e hijo cruzaban el puente mencionado cuando, en dirección contraria, venía una persona que, hay que deducirlo, mantenía o había mantenido con Enric Salvatella una cierta relación de confianza, derivada o no de algún contacto profesional.  Desde lejos le miraba con una sonrisa maliciosa, como si tuviera algo que decirle.  Efectivamente, en el momento de cruzarse, le espetó, socarronamente, "advocats i procuradors, a l'infern de dos en dos" (abogados y procuradores, al infierno de dos en dos), sin darle a entender que esperara ningún tipo de respuesta.  Enric Salvatella, sin inmutarse gran cosa, le respondió con rapidez "procuradors i advocats, van al cel a cabassats" (procuradores y abogados, van al cielo a montones)", y siguió igualmente su camino.

Este hecho --aparentemente trivial e intranscendent-- provocó en Narcís Salvatella, tres reflexiones importantes. La primera: la veteranía es un grado (no en vano, Enric Salvatella ya era hijo de procurador y hermano de abogado, y sabía de sobra la respuesta que merecen este tipo de imprevistos e injustificados ataques); la segunda: para ejercer esta profesión, hay que ser rápido de reflejos (ya que no siempre hay tiempo para pensar demasiado, y uno debe manifestarse y replicar el adversario de inmediato y con acierto); y tercera: ninguna profesión puede ser demonizada, ya que depende de cómo se ejerza. Todos los predecesores de Narcís Salvatella fueron considerados, por quienes los trataron y los conocieron, buenos profesionales, gente seria, altamente cualificada y competente. Es mucho presuponer, pues, que esten en el infierno.